Nadie sospechaba que la menos extraordinaria de las arquitecturas, la de la casa, nuestro hogar, pasaría en poco tiempo a cambiar tanto su sentido. Si tradicionalmente esta caja cargada de hipotecas y habitaciones ha constituido el hábitat más inmediato del ser humano y su lugar de partida diario, los vertiginosos cambios a los que está sometida desde tiempos recientes la dotan de nuevas y profundas dimensiones existenciales.
«¿Qué puede enseñarnos la casa y sus habitaciones?». Ante cada temblor del mundo, ante cada exiguo movimiento social, la casa permite escuchar el rumor del tiempo como un auténtico sismógrafo. Como «gran depósito» donde terminan abandonados los restos técnicos o culturales de cada época, la casa aún cumple con su deber. Cuando la casa lucha por ser el centro desde el que reconstruir la intimidad y la cotidianidad, cualquier virulento cataclismo desvela que su capacidad de refugio, aunque olvidado, permanece intacto. Es así como en la casa de todos los días reside nuestra identidad como sujetos.
Santiago de Molina obtuvo con Arquitectura de las pequeñas cosas el Premio Málaga de Ensayo, cuyo jurado destacó que «desde la arquitectura el autor profundiza en el espacio de la casa y lo cotidiano con una mirada interdisciplinar, didáctica y desmitificadora, y se exploran las funciones, los límites y el análisis de nuestra escenografía más íntima».