Durante la llamada Belle Époque, París se convirtió en el centro cultural del mundo. Un período en el que la relativa paz, los avances científicos, tecnológicos y las nuevas obras de ingeniería invadían un mundo en el que la ociosa burguesía buscaba salir de su hastío con la celebración de grandes banquetes, fiestas donde corría el champán, y las mujeres y hombres abrazaban el adulterio sin sonrojo y los grandes acontecimientos mundiales celebraban cada nuevo invento como una carrera hacia un futuro sin límites a la imaginación.
París era una ciudad bulliciosa en la que los artistas estaban agitando las reglas establecidas, era el período de la Bohemia, de los espectáculos de cabarets, de los grandes viajes a tierras ignotas en búsqueda de nuevos paraísos. Un cóctel ideal para crear nuevas formas artísticas que mostraran una visión del mundo nueva y vanguardista. Los llamados artistas bohemios, desde los pintores callejeros, músicos de taberna o escritores experimentales, buscaban contentar a los espectadores ávidos de un nuevo discurso. Así nacen las vanguardias artísticas que cambiarían nuestra concepción del mundo del arte para siempre.