Reconocer la identidad nacional y considerar sus derechos fue una de las cuestiones problemáticas que tuvo que abordar la socialdemocracia, en debates que produjeron propuestas dispares. Lenin lo abordó desde el plano y la perspectiva de la lucha contra el Imperio zarista, con una composición nacional múltiple en la que la hegemonía correspondía a la nación del Zar, la rusa; elaboró en ese contexto y con la mirada puesta siempre en las exigencias de la lucha una doctrina compleja de la autodeterminación, sobre la base de la preeminencia de la identidad de clase y la unidad de las clases trabajadoras en esa lucha y en el nuevo estado que de ella habría de surgir. El tránsito de la toma del poder a la construcción del estado revolucionario le llevó a añadir la consideración del federalismo como medio para establecer y mantener su unidad. Tras la muerte de Lenin, Stalin manipuló aquella doctrina compleja, reduciéndola y desnaturalizándola, llegando a oponer autodeterminación y federalismo, en el transcurso de una transformación sectaria de la política de la Internacional Comunista establecida hasta 1922. La rectificación de ese curso sectario a partir de 1935, el giro del Frente Popular, llevó no solo a la recuperación del sentido inicial del autodeterminismo leninista sino a ampliar la mirada de la Internacional Comunista hacia las identidades nacionales mayoritarias, cuyo contenido popular y democrático estaba amenazado por la eclosión de los nacionalismos, de manera particular por los fascistas.