Desde la acumulación originaria y el cercamiento de las tierras comunales, desde la quema de brujas y el genocidio de los pueblos amerindios, hasta las políticas de ajuste estructural y el despótico gobierno de la deuda, el capitalismo se muestra tanto como un modo de producción que como un modo de destrucción. A partir de esta afirmación, Alliez y Lazzarato elaboran una contundente contrahistoria de la máquina de guerra Estado / Capital. La historia del capitalismo aparece así como con un continuo bélico. Pero no de una serie de guerras en particular (al modo de las que aparecen en los manuales de historia), ni tampoco de la guerra «como ausencia de paz», sino de una guerra civil, múltiple y constante: guerra de clases, de razas, de sexos y de subjetividades. Guerra también civilizatoria y colonial, que escinde y funda el orden interno y externo de las sociedades. Entender de este modo la guerra como una «multiplicación de divisiones» permite captar tanto la forma concreta en que opera el Capital como los procesos de resistencia y transformación social. De ahí que los autores se detengan en la Revolució