El capitalismo está destruyendo a la humanidad. Es así de claro. La destruye, incluso, por duplicado. En primer lugar, devasta incontables vidas mediante la angustia y la precariedad, al poner la supervivencia de una gran mayoría de individuos en manos de dos amos locos: el mercado y el empleo. En segundo lugar, aniquila las existencias y el futuro de miles de millones de personas convirtiendo el planeta en un lugar inhabitable: sobrecalentado, hipercontaminado y expuesto a todo tipo de fenómenos meteorológicos extremos y pandemias. Debemos asumir esta realidad. Y extraer sus consecuencias inapelables: 1/ como demuestra la historia, los capitalistas (especialmente ese 1 % de la población que controla la inmensa mayoría de la riqueza mundial) jamás admitirán su responsabilidad homicida ni renunciarán a sus inabarcables privilegios; 2/ tras cuarenta años de neoliberalismo, el espacio socialdemócrata que le servía de «contención» se ha debilitado hasta la insignificancia: las únicas alternativas hoy en día son el agravamiento o el derrocamiento; 3/ por lo tanto, la única transición posible y capaz de salvar a la humanidad es hacia fuera: hacia algo distinto del capitalismo que garantice nuestras vidas y el planeta.