En los años cincuenta, el condado de Greenville, en Carolina del Sur, es un lugar salvaje y exuberante, hermoso y terrible. Huele como en ningún otro sitio: a hierba recién segada y manzanas verdes, a pañales y cerveza, a perfume barato y aceite de motor. Allí vive la familia Boatwright, un clan de hombres toscos y bebedores que se lían a tiros desde sus camionetas a la primera de cambio y de mujeres ingobernables que se casan demasiado pronto y envejecen demasiado rápido. Una estirpe regida por el desempleo, la inestabilidad, la violencia y los embarazos adolescentes, y que vive en los porches todo el verano, tomando té helado, pelando habas y escuchando las historias de la abuela o las melodías de los grillos.