John Cheever dejó al morir veintinueve cuadernos de notas y el deseo explícito de que esos diarios, redactados durante más de tres décadas, fueran publicados póstumamente. El autor confió a sus hijos y a su editor la gestión de miles de hojas originariamente escritas sin pensar en su publicación. Estos textos vieron la luz cuando pocos podían imaginar la angustia que corroía al gran autor norteamericano. Incapaz de escribir sin encontrarse a sí mismo en cada línea, sus ambigüedades cruzan cada una de las páginas en las que registró su día a día buscando material para sus ficciones y para encauzar su propia vida. Su candor y sus demonios se conjuran aquí buscando luz, analizando pasos en falso y virajes equivocados, componiendo una cartografía vital que no ahorra descensos a sus infiernos pero que lleva grabada una promesa de salvación.