Si un libro es «como un jardín que se lleva en el bolsillo», éste hace realidad como ningún otro ese proverbio árabe, pues recrea la historia de uno fértil, armonioso y encantador, un verdadero vergel: narcisos, orquídeas, crisantemos, dalias y campanillas azules brotan de sus páginas, cultivadas con mano maestra por el inefable jardinero Herbert Pinnegar. El protagonista de esta maravillosa novela fue un niño solitario que siempre mostró una pasión desmedida por las flores, especialmente por las silvestres, que crecían en las orillas del viejo canal que recorría con la profesora que le transmitió todo su saber botánico. La segunda mujer en apreciar su talento será la joven Charlotte Charteris, quien le otorga el primer premio en el Concurso Anual de Flores y cambia definitivamente su destino al ofrecerle, poco después, trabajar en el jardín de su mansión. Desde la vivienda anexa, que ha habitado a lo largo de sesenta años, Pinnegar repasa su vida consagrada a velar por ese cosmos en miniatura, un genuino jardín inglés: una de las contribuciones más originales de los británicos a la cultura universal. Con Pinnegar aprendemos que la paciencia, la tenacidad y la gratitud son virtudes necesarias para quien está expuesto al rigor de las estaciones y a los esplendores fugaces, ¿acaso no querríamos un mundo en el que todos lleváramos un jardinero dentro? De sus acciones y propósitos se desprende una ética singular: en un jardín no se puede estar enfadado mucho tiempo. Publicado en 1950, sobre este clásico moderno de la literatura inglesa, rebosante de humor y ternura, se proyecta también, de forma sutil, la sombra de los pesares de una sociedad que acaba de superar una guerra y, en este sentido, la idea del jardín supondrá su contrapunto: un lugar de ensueño, una metáfora de la buena vida y una promesa de felicidad. Los desvelos y alegrías que colman la existencia sencilla de este entrañable personaje, al igual que la belleza de un paisaje, reportan beneficios inmediatos al lector: una novela que estimula los sentidos, atempera el espíritu y apacigua el corazón maltrecho.
«Una historia deliciosa, despojada de toda seriedad gracias al sentido del humor gamberro de Arkell.» Penelope Hobhouse
«Una novela que ha de emocionar a los amantes de los jardines, pero también a todos aquellos lectores que sean capaces de apreciar cómo se construye la vida y el mundo de un personaje honesto, digno y entrañable. Es también una novela ideal para contrarrestar los desánimos propios de una pandemia.» José María Guelbenzu, El País
«Esta novela tierna y precisa de Reginald Arkell no debe verse como una simple novela inglesa sobre jardines, sino como el extremo de una pasión, consustancial al hombre, pero cuyo carácter romántico alcanzó en Gran Bretaña una colorida y vibrante intimidad.» Manuel Gregorio González, Diario de Sevilla
«El libro recuerda en muchos momentos a Dickens (…). Un lenguaje sencillo, un protagonista que evoluciona y hace chispear a veces su humor inglés y una lectura de la que se desprende un mensaje esperanzador y gratificante: hay que cuidar lo que amamos para que siempre sea hermoso y podamos disfrutarlos. La metáfora de la vida como un jardín.» Sagrario Fernández-Prieto, La Razón
«¡Ah, qué deliciosa novelita! Cómo reconforta, en estos días de incertidumbre, perderse en sus páginas, lejos del mundanal estrépito, entre narcisos, rododendros y magnolias dormidas a la hora del crepúsculo. Y sobre todo, escuchar las perlas de sabiduría que va desgranando el Viejo Yerbas, por encima de todo un tipo digno.» Olga Merino, El Periódico
«Todo pasa como las estaciones, sin que te des cuenta. Pero el autor sabe contarnos cómo no solamente pasa el tiempo, sino la vida, las costumbres de antaño, sin que el protagonista se dé cuenta, hasta llegar a la modernidad y a su obsolescencia. La melancolía dulzura con que lo narra hace derretirse a cualquier corazón sensible y sonreír melancólicamente ante su testarudez y fidelidad.» Luis Ángel Adán León, La Rioja