Desde comienzos del siglo xx hasta la actualidad se extiende un movimiento político que desafía todas las etiquetas. Se coloca a la izquierda de la izquierda, e incluso a la izquierda de la llamada «extrema izquierda». Es, de hecho, el aguijón de todas las izquierdas: la ultraizquierda. Así, desde un punto de vista histórico, los distintos grupos y tendencias vinculados a la ultraizquierda han ejercido una crítica lúcida y despiadada del sistema capitalista, pero también de todo comunismo ortodoxo e incluso de cierto anarquismo rampante, es decir: de toda teoría y toda estructura que, una vez convertida en dogma y consigna de orden, avalara la explotación de un ser humano por sus iguales. De este modo, la ultraizquierda encarna una forma de vanguardia en los confines mismos de la política, el arte y la acción. La historia de la ultraizquierda es por tanto un largo viaje por tierras desconocidas, al encuentro de revolucionarios sinceros, perdedores magníficos, nihilistas auténticos, creadores temerarios, neorrurales radicales, sectarios neuróticos, regimientos sin generales y batallones andrajosos. Es verdad que a veces dedican demasiado tiempo a insultar a través de octavillas incendiarias (y en ocasiones inolvidablemente poéticas), pero no es menos cierto que su clarividencia y la valentía de sus posicionamientos han dado lugar a avances fundamentales en el ámbito de la ideología, la filosofía, la sociología, la historia o la simple vida cotidiana. En consecuencia, esta es la historia de una paradoja: una corriente colérica y violenta que, sin embargo, ha constituido y constituye un semillero de ideas nuevas que se han gestado siempre en los márgenes políticos. Y no debemos olvidar que la incertidumbre radical que preña hoy nuestro futuro convierte en fundamental la búsqueda de caminos inéditos para una sociedad más libre, justa e igualitaria.