En enero del año 2011, la periodista argentina Leila Guerriero viajó hasta un pueblo de seis mil habitantes, en el interior de su país, con la intención de contar la historia de una competencia de baile folklórico tan secreta como prestigiosa que se lleva a cabo allí desde 1966: el Festival Nacional de Malambo de Laborde. El malambo, un baile tradicional entre los gauchos argentinos, consiste en un zapateo sostenido que, para su ejecución en competencia, requiere gran habilidad técnica y una preparación atlética descomunal: durante los cinco minutos que dura una presentación, el bailarín alcanza una velocidad que demanda una exigencia parecida a la de un corredor de cien metros llanos. El festival termina cada año con la coronación de un hombre que tiene, en el mundo del folklore, el aura de un héroe olímpico y a quien se otorga el título de campeón. Para resguardar el prestigio del certamen, los campeones han hecho un pacto: una vez que ganan, ya no pueden volver a presentarse en otra competencia. Así, el malambo con el que se coronan es, también, el último de sus vidas. Guerriero llegó hasta Laborde con una idea simple: entender por qué esos hombres, hijos de familias humildes, invierten tiempo y dinero entrenándose durante años para obtener un título que resulta, al mismo tiempo, la cúspide y el fin. Pero la segunda noche de la competencia vio, sobre el escenario, a un bailarín que la dejó paralizada, y en ese preciso momento decidió que la historia ya no sería sólo la historia del festival sino también la de ese hombre: Rodolfo González Alcántara.Así empezó a seguir, primero en Laborde, luego en Buenos Aires, a ese hijo de una familia modesta que sobrevivía dando clases de música, y en enero de 2012, cuando él volvió a presentarse en Laborde, Guerriero lo acompañó. El resultado es esta crónica repleta de suspenso, plagada de personajes entrañables como Tonchi, amigo de la infancia de González Alcántara, que, a pesar de tener un severo problema de salud, viaja hasta Laborde para verlo bailar; o sus propios padres, que, como no tienen dinero para pagar el hospedaje, alquilan un bus en el que viven y duermen durante los días del festival. A medida que se acerca la noche de la competencia, González Alcántara cobra las dimensiones de un gladiador trágico, de un hombre que se preparara para un momento de inmensa soledad en el que sabe que puede ganarlo o perderlo todo. Y Leila Guerriero, desde una distancia tan íntima como implacable, tan honda como descarnada, tan discreta como intrusiva, lo acompaña en ese viaje hacia la noche final. Este libro cuenta la más difícil de las épicas: la épica del hombre común. La de alguien que avanza tras un sueño movido por el más peligroso de los sentimientos: la esperanza.