A pesar de que al menos un 30% de la población mundial padece enfermedades debilitantes, solamente desde hace apenas una década se las diagnostica con cierta precisión, básicamente porque no dejan huellas en los métodos de análisis habituales. Tampoco hay signos que el médico pueda valorar, ver o medir, y es solamente la sintomatología que refiere el paciente lo que finalmente lleva al diagnóstico diferencial, lo que ocasiona un gran retraso para instaurar un tratamiento. Cuando el paciente ha conseguido, por fin, convencer a su médico de lo insoportable que le resulta sobrellevar su enfermedad, seguramente han pasado varios meses y con frecuencia años, ya que hasta entonces los diagnósticos erróneos lo han definido como estrés, depresión, cansancio laboral, carencias vitamínicas o, simplemente, la edad.