La experiencia de la maternidad no podía quedar fuera de la narrativa de Valérie Mréjen, una autora que ha hecho de la escritura autobiográfica su emblema. Este libro, original y personalísimo, arranca en el taxi que recorre el trayecto que va desde el hospital donde la narradora acaba de dar a luz hasta la casa familiar, un taxi que ocupan la madre, el padre y esa tercera persona recién incrustada en sus vidas con la fuerza de un fenómeno sobrenatural indescifrable, casi más cerca del milagro que de la biología.
La autora intenta comprender el trastorno que supone el nacimiento de un bebé en el día a día de una pareja, pero también en su percepción del mundo hasta ese instante, y para ello va intercalando bellísimas escenas en las que mira a través de los ojos de la hija. Todo lo que ve de pronto se impregna de un hondo sentimiento: el embeleso de la primera vez. Así pues, al observar cuanto la rodea con esa mirada nueva, alborozada y perpleja, la madre comprueba que, aunque todo sigue igual –el Sena, los castaños de Indias, el cielo, las farolas, los transeúntes–, todo es diferente. Si, por un lado, la mera presencia de la niña cambia los comportamientos de allegados y desconocidos, por el otro, los objetos cotidianos cobran una inusitada relevancia al convertirse, bien en peligros acechantes, bien en guiños que suscitan sonrisas a unos padres cuarentones exhaustos, desbordados y rendidos a su criatura.
Con la objetividad pura de una cámara cinematográfica, Valérie Mréjen despliega una prosa sumamente plástica a la vez que precisa y distante, repleta de cómicos y reveladores momentos –como el nacimiento de un léxico familiar– y de lúcidas reflexiones, para hablarnos de la experiencia íntima de ser madre al tiempo que teje toda una poética de la mirada en la que la contención y la ternura se entreveran de un modo magistral.